Anabel Torres (1948)
Más información sobre la autora
Temiendo leer
Son tiempos distintos.
Penélope, ajada y con gafas oscuras
para que no la reconozcan
los chulos
de los diarios vespertinos,
revisa cada tarde los listados
aparecidos
en los muros de la Alcaldía
Temiendo leer
el nombre de Ulises
entre los caídos.
La mujer del esquimal 1981
(Segundo Premio Concurso Nacional de Poesía 1980 Universidad de Antioquia)
Ella,
la mujer del esquimal,
os dejó este legado:
nieves
baldías
y este pocito hirviente
de lágrimas
a 30 metros de profundidad.
Ternera medio crecida
Mi memoria
cuando está dormida
da cabezazos contra la cerca,
corre el pasador
con los dientes
y luego se desliza fuera
calladamente:
todavía y siempre
ternera medio crecida
cuyo pasatiempo favorito es ensartar estrellas
con sus cuernos blandos,
suave,
torpemente.
Aquí fuera
también
te persigue.
La caja negra
Cuando me estrelle contra el cerro
esto dirá
mi caja negra cuando la desmonten,
éste era el comando que la guiaba:
no rendirse. No rendirse.
No rendirse.
Seré entonces
una muertica más
partiendo a su penúltima morada,
a habitar el vestíbulo
sombreado de los helechos
y las solariegas puertas
del corazón de sus hijos.
Pero, caballeros,
yo no haré la mudanza
con la gracia y donaire requeridos
de una auténtica dama.
No pienso replegarme calladita en mi fotografía.
Aquí fuera
dejaré mi risa,
mi hula hula, mis libros y batallas preferidas,
mi música y mi dicha de bailar.
No renunciaré a esta calle.
Mi dueño
Mi dueño me ha dado avena,
avena recién girada,
caña de azúcar
picada.
Mi dueño me ha liberado
sobre sus verdes praderas,
el olor de la hierba recién cortada
más dulce aún, si cabe.
Saciada de placer
me han soltado a pastar.
Las bodas del amor 1982
Llego al cuarto de hotel. Lanzo la llave,
el bolso, los periódicos
sobre la cama. Deshago la otra.
Hace calor. El sol chorrea por la ventana.
Estoy desnuda.
Cuando estoy sola como ahora
La piel adquiere
un tono amarillento,
como de libro sin usar:
calostro
derramado.
He visto mujeres y hombres
colgando de ganchos
en las blancas paredes de refrigeradores
metálicos, listos para la autopsia.
No he podido olvidar
el tinte amarillo naranja de sus pieles.
Jamás
por mi propia mano
me colgará el corazón de una percha.
Prefiero que éste vuele
y si no vuela,
que se arrastre.
La cama cruje
en el cuarto de enseguida.
Este libro que escribo
es un fraude:
estoy callada
y espero.
Espero callada,
vida,
quiero tu lengua en mi boca.
Quiero
las bocas del amor,
No quiero este cielo frío.
Poemas de la guerra 2000
Vengo de mi país
la guerra
rota
de su costado
y sigo
untada
de su sangre.
¡Libertad... para pensar!
Comentarios
Publicar un comentario
Gracias por comentar, tus palabras me permitirán vislumbrar otras opciones de interpretación y comprensión de este universo.