Graciela Rincón Martínez (1949)

Graciela Rincón Martínez, escritora colombiana

Más información sobre la autora


EL ARBOL QUE ME HABITA

LA RAIZ

I

Desde la cuna escucho

la voz desnuda de la tierra.


Del jardín de mi infancia

escapan diminutas criaturas vegetales.


Y en las noches, la risa de las frutas

se mezcla con las canciones de mi madre.


Desde todos los lugares del mundo

los árboles me llaman.


Corro a su encuentro.


De nacimiento soy

árbol por dentro.


II

Antes de ser árboles

eran ángeles.

Cuando pecó

la tierra con el sol

cayeron en una lluvia

verde y transparente.


Huyeron con una sola ala

y la anidaron en el cuerpo

sin vida del planeta.


Y siguieron pecando

naciendo ríos

pájaros y almendros.


Antes de ser árboles

eran ángeles

y cayeron en manzanos

y dejaron a Dios sin paraíso.


III

Momentos que han caído

al sinfín de las ausencias.


Acuarelas que pinta la memoria:


Mi madre espantando

el pájaro de la tempestad

con un palo de padrenuestros.


Mi padre

escondiendo el huerto

de los ojos de los conejos.


Ana, abuela de risa de canario,

bajando del día pedazos de luz

para alumbrar las noches.


Las gitanas leen

la suerte de los pájaros.


Lujuria de magnolias

y yerbabuena,

perdición en la

carne de la piñas.

borracheras

con cóctel de azahares.


Mi niñez

patio de eternidad

con aroma a guayabas.


IV

Inquilina de la aurora

creció mi sangre

en esa casa de espejos

que sonreían

a la tímida niña.


Miradas y pasos,

siluetas que aprisiona

y dibuja la voz antigua

de la campana del pueblo.


Danza de libélulas

era la vida

cuando aún el tiempo

no había enterrado sus uñas.


V

Guayacánes desterrados

de la cima de lejanos bosques

me acompañan.


Parientes son entre sí

los muebles de mi casa.


Con el río de mis lágrimas

resucito sus ramas.


A lo lejos un pájaro canta.


VI

Nadie me dijo adiós

se fueron cayendo

como hojas muertas.


Un vendaval de ausencias

arrasó mi bosque

cicatrizando la raíz del alma.


Pero un huerto

me nació en la sangre

que me invade y espera,

conversa conmigo

y me renace.


Levanta los brazos

y me abraza

cobijando

mi desamparo.


VII

En esa ciudad

ellos todavía conversan

y los soles pasan

por su puerta.


Aún mi padre trae la alegría

en sus bolsillos

y fluye luz del vientre

del huerto de naranjos.


Aún hierve la noche

en un fogón de astros

y mis cinco hermanos

oran con mi madre.


Aún soy niña

y no escucho

la procesión.

La muerte se llevó mi casa.


VIII

Un árbol

río caliente de tierra por mis venas,

torrente sin fronteras

convierte mi carne en azahar.


Que me hable

en el susurro de sus hojas,

y develé los misterios

de su intimidad.


Que sonría y

confunda su esencia con la mía,

Naranjo que desde la infancia me habla

y aún me espera para conversar.


Un árbol

sólo un árbol para conversar.


IX

En el paraíso no me nombres,

no le cuentes a Dios de mi existencia.

Prefiero esta tierra con sus árboles.

Dile a ese extraño señor

que si se hastía de florecer los huertos

me entregue las llaves de la creación.


X

Llegó la muerte

y la soledad

cantó a la nada.


Rompiendo puertas

y abismos

se pasó la vida.


Con tantos muertos izados,

tanta cicatriz,

ya no existo.


Ignoro si me habita

una niña, una anciana

o un árbol huérfano.


XI

Ahora que hablo sola

que mi voz revienta la neblina

y camino al revés

calles sin pasos.


Ahora que no hablo

que habito en lejanías

que soy sólo de viento

luz de sangre,


se sonar

una campana

que despierta y habla

con la tierra.


XII

A los designios

del dedo de la nada,

siega pertinaz y sucesiva

solo los árboles ganaron la batalla.


Cuando los miro

cargados de música,

una tenue llovizna

de esperanza me recorre.


Y en la lumbre de su sombra

reclino mi cansancio oscuro,

de lo que fue feliz

y ya es olvido .


Cuando la soledad me llaga

y una niña asustada

se asoma a la ventana,

en su cuerpo de hojas

me refugio,

sonrío

me abrazo

florezco

y me renazco.


XIII

Ya no existe

aquella música.


Una oscura

fragancia de silencio

se mueve entre las sombras

de la gran ciudad que habito.


Mas sobre el vello de la tierra

sigo persiguiendo hormigas

y abrazo al maíz

como a un amigo.


He desafiado la arquitectura

de las llaves terrenales,

mi firmamento es vegetal,

y un olor a pomarrosas

me persigue.


Mi reino es de

árboles sin nombre

que conmigo comparten

soledades.


Mi idioma la lengua

secreta de la tierra

enraizada en los astros,

luz de las primeras aguas.


Al viento

le quite los brazos


sin edad camino

sus caminos.


XIV

Por atajos de nubes

y soles carpinteros

de la casa celeste


bajan árboles,

hablan conmigo

de la ciudad del alba.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Historia del barrio Mojica (Cali-Colombia)

Debate Physis vs Nómos

La identidad personal en David Hume