Graciela Rincón Martínez (1949)
Biografía
A lo largo de su carrera, Rincón Martínez ha participado en numerosos encuentros poéticos en diferentes partes del mundo, llevando consigo su voz poética única y su perspectiva enriquecedora. Su obra ha sido incluida en diversas antologías, lo que demuestra el reconocimiento y la relevancia de su trabajo en el ámbito literario.
Además de contribuir a antologías, Rincón Martínez ha publicado varias recopilaciones de sus propios poemas, entre las que destacan "La casa del viento", "Me está llamando un árbol", "Los ojos del sur" y "Del Caminante: canto 1 la Medio Siglo de noches". Estas obras reflejan su profunda conexión con la naturaleza, su exploración de la condición humana y su capacidad para plasmar emociones y experiencias en palabras poéticas evocadoras.
Su último trabajo, "El árbol que me habita/L’arbre qui m’habite", es una muestra de su alcance internacional, ya que ha sido publicado en París en una edición bilingüe francés-castellano. Esta obra es un testimonio del poder y la belleza de su poesía, que trasciende fronteras lingüísticas y culturales para llegar a un público diverso y global.
EL ARBOL QUE ME HABITA
LA RAIZ
I
Desde la cuna escucho
la voz desnuda de la tierra.
Del jardín de mi infancia
escapan diminutas criaturas vegetales.
Y en las noches, la risa de las frutas
se mezcla con las canciones de mi madre.
Desde todos los lugares del mundo
los árboles me llaman.
Corro a su encuentro.
De nacimiento soy
árbol por dentro.
II
Antes de ser árboles
eran ángeles.
Cuando pecó
la tierra con el sol
cayeron en una lluvia
verde y transparente.
Huyeron con una sola ala
y la anidaron en el cuerpo
sin vida del planeta.
Y siguieron pecando
naciendo ríos
pájaros y almendros.
Antes de ser árboles
eran ángeles
y cayeron en manzanos
y dejaron a Dios sin paraíso.
III
Momentos que han caído
al sinfín de las ausencias.
Acuarelas que pinta la memoria:
Mi madre espantando
el pájaro de la tempestad
con un palo de padrenuestros.
Mi padre
escondiendo el huerto
de los ojos de los conejos.
Ana, abuela de risa de canario,
bajando del día pedazos de luz
para alumbrar las noches.
Las gitanas leen
la suerte de los pájaros.
Lujuria de magnolias
y yerbabuena,
perdición en la
carne de la piñas.
borracheras
con cóctel de azahares.
Mi niñez
patio de eternidad
con aroma a guayabas.
IV
Inquilina de la aurora
creció mi sangre
en esa casa de espejos
que sonreían
a la tímida niña.
Miradas y pasos,
siluetas que aprisiona
y dibuja la voz antigua
de la campana del pueblo.
Danza de libélulas
era la vida
cuando aún el tiempo
no había enterrado sus uñas.
V
Guayacánes desterrados
de la cima de lejanos bosques
me acompañan.
Parientes son entre sí
los muebles de mi casa.
Con el río de mis lágrimas
resucito sus ramas.
A lo lejos un pájaro canta.
VI
Nadie me dijo adiós
se fueron cayendo
como hojas muertas.
Un vendaval de ausencias
arrasó mi bosque
cicatrizando la raíz del alma.
Pero un huerto
me nació en la sangre
que me invade y espera,
conversa conmigo
y me renace.
Levanta los brazos
y me abraza
cobijando
mi desamparo.
VII
En esa ciudad
ellos todavía conversan
y los soles pasan
por su puerta.
Aún mi padre trae la alegría
en sus bolsillos
y fluye luz del vientre
del huerto de naranjos.
Aún hierve la noche
en un fogón de astros
y mis cinco hermanos
oran con mi madre.
Aún soy niña
y no escucho
la procesión.
La muerte se llevó mi casa.
VIII
Un árbol
río caliente de tierra por mis venas,
torrente sin fronteras
convierte mi carne en azahar.
Que me hable
en el susurro de sus hojas,
y develé los misterios
de su intimidad.
Que sonría y
confunda su esencia con la mía,
Naranjo que desde la infancia me habla
y aún me espera para conversar.
Un árbol
sólo un árbol para conversar.
IX
En el paraíso no me nombres,
no le cuentes a Dios de mi existencia.
Prefiero esta tierra con sus árboles.
Dile a ese extraño señor
que si se hastía de florecer los huertos
me entregue las llaves de la creación.
X
Llegó la muerte
y la soledad
cantó a la nada.
Rompiendo puertas
y abismos
se pasó la vida.
Con tantos muertos izados,
tanta cicatriz,
ya no existo.
Ignoro si me habita
una niña, una anciana
o un árbol huérfano.
XI
Ahora que hablo sola
que mi voz revienta la neblina
y camino al revés
calles sin pasos.
Ahora que no hablo
que habito en lejanías
que soy sólo de viento
luz de sangre,
se sonar
una campana
que despierta y habla
con la tierra.
XII
A los designios
del dedo de la nada,
siega pertinaz y sucesiva
solo los árboles ganaron la batalla.
Cuando los miro
cargados de música,
una tenue llovizna
de esperanza me recorre.
Y en la lumbre de su sombra
reclino mi cansancio oscuro,
de lo que fue feliz
y ya es olvido .
Cuando la soledad me llaga
y una niña asustada
se asoma a la ventana,
en su cuerpo de hojas
me refugio,
sonrío
me abrazo
florezco
y me renazco.
XIII
Ya no existe
aquella música.
Una oscura
fragancia de silencio
se mueve entre las sombras
de la gran ciudad que habito.
Mas sobre el vello de la tierra
sigo persiguiendo hormigas
y abrazo al maíz
como a un amigo.
He desafiado la arquitectura
de las llaves terrenales,
mi firmamento es vegetal,
y un olor a pomarrosas
me persigue.
Mi reino es de
árboles sin nombre
que conmigo comparten
soledades.
Mi idioma la lengua
secreta de la tierra
enraizada en los astros,
luz de las primeras aguas.
Al viento
le quite los brazos
sin edad camino
sus caminos.
XIV
Por atajos de nubes
y soles carpinteros
de la casa celeste
bajan árboles,
hablan conmigo
de la ciudad del alba.
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