Julia Pérez Montes de Oca (1839-1875)

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Julia Pérez Montes de Oca, escritora cubana

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Biografía:

Julia Pérez Montes de Oca, escritora cubana nacida el 11 de abril de 1839 en la finca "Melgarejo", El Cobre, Oriente, fue una figura destacada del Romanticismo por la serenidad de su poesía. Como hermana de Luisa Pérez de Zambrana, otra destacada poeta de la época, Julia compartió su talento literario y su pasión por la escritura.

A una edad temprana, Julia Pérez Montes de Oca colaboró en periódicos como "El Redactor" de Santiago de Cuba, donde comenzó a ganar reconocimiento por su poesía. En la década de 1850, se trasladó a La Habana con su hermana tras el matrimonio de esta con Ramón Zambrana.

Durante su tiempo en La Habana, Julia continuó escribiendo y colaborando en diversas publicaciones, como "El Kaleidoscopio" y "Álbum cubano de lo bueno y lo bello". Sus poemas también fueron publicados en España, en revistas como "La Moda Ilustrada" de Cádiz.

Uno de sus poemas más destacados, "La tarde", elogiado por Cintio Vitier por su "serenidad radiante", refleja la profundidad de su estilo poético y su conexión con la naturaleza.

Además de su trabajo como escritora, Julia Pérez Montes de Oca participó en tertulias literarias y se involucró en actividades teatrales como actriz. También cultivó intereses en astronomía y pintura, mostrando su versatilidad como artista.

Julia falleció en Artemisa, Pinar del Río, el 25 de septiembre de 1875, dejando un legado significativo en la literatura cubana del siglo XIX. Gran parte de su poesía se recoge en "Poesías", publicado en Barcelona en 1875, y "Poesías completas", publicado en La Habana en 1957. Su obra sigue siendo apreciada por su belleza y su contribución al Romanticismo literario.

Obras:

  1. (1875). Poesías. Barcelona: Gorgas.
  2. (1875). Ed. José Domingo Cortés. Poetisas americanas. Ramillete poético del bello sexo hispano-americano. París-Ciudad de México: 1875. 129-35.
  3. (1906). “Soneto.” Ed. Adrián del Valle. El parnaso cubano. Barcelona: Maucci, 1906. 127.
  4. (1910). Ed. Antonio González Curquejo. Florilegio de escritoras cubanas. Tomo I. La Habana: Imprenta La Moderna Poesía. 50-61.
  5. (1926). Ed. Domitila de García de Coronado. Álbum poético-fotográfico de escritoras poetisas cubanas, escrito en 1868 para la señora Doña Gertrudis Gómez de Avellaneda. La Habana: Imprenta de El Fígaro. 116-123.
  6. (1928). José Manuel Carbonell y Rivero. La poesía lírica en Cuba. Tomo 3. La Habana: Imprenta El Siglo XX. 404-412.
  7. (1957). Poesías completas. La Habana: P. Fernández.
  8. (1957). “Poesías completas.” Los Zambrana. Tomo 14. La Habana: Imprenta P. Fernández y Cía.
  9. (1965). Ed. José Lezama Lima. Antología de la poesía cubana. Tomo II. La Habana: 1965. 209-24.
  10. (1974). “A un colibrí.” Ed. Carlos Ripoll. Naturaleza y alma de Cuba: dos siglos de poesía cubana (1760-1960). Madrid: Anaya. 155-56.
  11. (1978). “Paseo en el mar.” Eds. Cintio Vitier and Fina García Marruz. Flor oculta de poesía cubana. Siglos XVIII y XIX. Habana: Editorial Arte y Literatura. 170-72.
  12. (1981). Poesía. La Habana: Editorial Letras Cubanas.
  13. (2002). “Al campo.” Ed. Salvador Arias. Poesía cubana de la colonia: antología. La Habana: Editorial Letras Cubanas, 2002. 154-56.
  14. (2011). Otra Cuba secreta: antología de poetas cubanas del XIX y del XX. Madrid: Editorial Verbum. 89-100.

Poemas

Al campo

                             Ahora que llega con alegre paso
la dulce primavera,
plegando al fin las perfumadas alas,
trayendo entre la rubia cabellera
del alba sonriente
los trémulos diamantes como galas,
y en la fresca mejilla
el tinte arrebolado y halagüeño,
más hermoso que el pétalo risueño
de la rosa gentil a quien humilla,
yo te contemplo con asombro grato,
¡oh, campo virginal! Aquí entusiasta
siempre palpita el corazón sencillo;
aquí todo le basta
para hacerle feliz; ya el pajarillo
que en la verde enramada
riza y compone la sedosa pluma;
o el delicado aroma del tomillo
en la brisa de otoño embalsamada;
ya la ligera bruma
que envuelve la campiña floreciente,
o ya el rayo de sol que da en la fuente,
iris formando en la nevada espuma.
 
   ¡Cómo tus melancólicos encantos
penetran en el alma enternecida,
y plácidos los ojos
anhelan contemplar tus verdes calles,
tus uvas de oro, tus capullos rojos,
y en tus risueños valles
la que resbala fuentecilla pura,
retratando a su paso
en su voluble fugitivo espejo
del tierno pajarillo el pico breve,
de la azucena la brillante nieve
y del clavel el pétalo bermejo!
 
   ¡Qué bellas tus ocultas soledades
si las alumbra la radiante llama
del sol del mediodía;
si las envuelve con su pardo velo
la tarde lenta, desmayada y fría;
o si la noche umbría
en el lejano oriente
despliega sus crespones enlutados,
y semejan los montes levantados,
gigantes que corona el occidente!
¡Ay, que en la sombra de la triste noche
y al tenue susurrar de blandas hojas
despierta el corazón al sentimiento,
y en trémulas congojas
brota abundoso el llanto,
el alma exhala querelloso acento,
y vuelan por las selvas con el viento
los hondos ayes del sentido canto!
 
¡Yo miro en esas horas misteriosas
las sombras de los bardos de otros tiempos
tus bosques visitar, la sien ceñida
de glorioso laurel, con eco blando
enterneciendo valles y montañas,
gemir en las cabañas,
vagar entre las yerbas y las flores
al lento suspirar de la laguna,
alzando el lamentar de sus amores
al callado reflejo de la Luna!
 
   ¿Quién de la inspiración sintió el halago
que no encontrara en ti dulce recreo?
¡Qué dolor o deseo
no templan tus flotantes arboledas,
en cuyas altas ramas olvidado
llora el amante ruiseñor? ¿Quién pudo
contemplar tu belleza,
que en sublime tristeza,
el pecho no sintiera enajenado,
y a qué sensible corazón no encanta
de tus rústicos templos
el mágico rumor que se levanta?


La tarde

                          Modesta diosa del final del día,
tarde consoladora, amiga grata;
tiende el velo de plata
por la llanura inmóvil y sombría;
que ya el soberbio sol, en su agonía,
hunde en el mar la frente de escarlata.
¡Qué murmullo tan suave
se oye en el bosque y en el verde soto!
Aquí levanta el ave
la querellosa voz, allá remoto
resuena por el valle, entristecido,
el lánguido balar de las ovejas,
y el viento, conmovido,
llora en las ramas sus dolientes quejas.
 
¡Ay! ¡cómo los sentidos adormece
y llena el corazón de dulce encanto
este vago rumor! Allí do crece
el silencioso pino,
suspende el ruiseñor lloroso canto
mientras llega la noche misteriosa,
y tiende el ala suave y sigilosa
hacia el bosque vecino
donde se pierden ruiseñor y trino.
 
Y allá distante, de la mar en calma
escucho el tenue murmurar; las olas
cuando se arrastran en la parda arena
exhalan un suspiro lastimero
como lo exhala el alma
que está abatida por doliente pena,
o cual de un arpa que en la noche suena
acento gemidor y plañidero.
 
Yo amo el tranquilo son de la floresta,
y en apartada selva
la voz de la calandria quejumbrosa,
el blando susurrar de palma enhiesta
que finge melancólica plegaria,
y el arrullo que tórtola medrosa
entona enamorada y solitaria.
 
¡Cuántas veces tus célicos rumores
buscó el amante Young en sus querellas!
y de tus tibias flores
el perfume aspiró; de tus estrellas
amó la luz benigna y azulada;
el ebúrneo laúd pulsó a tu sombra
que un eco eterno de dolor encierra,
y el gemido de su alma desgarrada
por largos años asombró a la tierra.
 
¡Cuánto tu lumbre pálida consuela
corazón que la congoja abruma,
tarde doliente, de la noche hermana!
Porque tu brisa, que amorosa vuela,
disipa del pesar la densa bruma,
como ahuyenta a la sombra la mañana;
y la nube liviana,
.y el agua que serpea,
y tu dormido rayo que flamea
en monte y en collado,
alivian el espíritu cansado,
y todo, ¡oh tarde!, al corazón recrea.


Abril

A mi amigo Anselmo Suárez y Romero

      Coronado de flores aparece
por los campos Abril; el alba pura
en su lecho de nieve
abre la puerta al camarín de grana,
y el cielo se engalana
con un manto de espuma blanca y leve
y celajes dorados
que vagan esparcidos
en las alas del viento suspendidos.
   
   Tu seno inextinguible
abre, fecunda tierra, que Abril llega:
mira ya cómo riega
con manos generosas
llovizna, de diamantes sobre rosas;
mira aquí cómo crecen
y estrellados de nácar se levantan
tus bosques de fragantes limoneros,
y en los aires ligeros
con el sol y el rocío
diáfana y móvil red se está formando,
que va de perlas y oro salpicando
el risueño vergel y el soto umbrío.
   
   La brisa juguetona,
fingiendo quejas y soñando amores,
impele con sus alas
un escuadrón de abejas, que a las flores
el néctar roban con la antena breve,
para labrar en su apartado asilo
bajo el ramaje mórbido y tranquilo
la rubia miel en el panal de nieve.
   
   Ya de las selvas el verdor sombrío,
ya el húmido matiz de los collados,
ya en grato desvarío
las anchas cimas y los verdes prados
adorna Abril de mágico atavío;
y la mirada ansiosa
yerra del monte al llano,
del alto cerro a la enramada hojosa,
del rosado botón al verde grano,
de la nevada rosa
al cuajado racimo
que en claustro de esmeralda se estremece
cuando despide el sol temblante flecha,
que brilla cual relámpago deshecha
o en lluvia de topacio resplandece.
   
   ¡Cuál miro de los valles levantarse
tornasolada nube de avecillas,
el vuelo dirigiendo a la montaña
en confusión extraña!
Al ruido de sus alas temblorosas,
sorprendidas las tenues mariposas
se internan con recelo
por las selvas oscuras,
do en medio de quebradas espesuras
viene un delgado y límpido arroyuelo
entre las florecillas murmurando;
en su cristal, do el cielo
temblando se retrata,
luce espuma fugaz que el viento riza;
y en la arena pajiza
menudas conchas de bruñida plata.
   
   ¡Oh! ¡soledad al corazón amable!
¡Oh, campo venturoso y floreciente!
¿Quién por tus dulces sotos
y por tu cielo que el Abril colora
con suaves gasas de purpúreas tintas,
no cambia los tesoros de la tierra?
   
   ¡Cuán varias y distintas
ruedan aquí las horas y los años
sin locas vanidades,
cual suele acontecer en las ciudades!
Aquí el susurro del undoso bosque
es dulce y fraternal, la fuente leda
corre entre surcos de carmín y seda
sin envidiar el terso y desprendido
raudal de la cascada esplendorosa:
no está sobre una peña entristecido
el pájaro desnudo de belleza
fijando con enojos
y empeño temerario
en otras aves de plumaje vario
con torpe sana los lucientes ojos.
   
   ¡Oh! ¡cómo el alma triste se recrea
con las sonrisas del Abril risueño!
Que el dolor como el sueño
sacude el ala entorpecida, y torna
sus sombras enlutadas
en nubes apacibles y azuladas,
que esparcen en la vida dulce encanto,
como esparce la tarde lisonjera
el undívago manto
por la argentada cumbre de la esfera.


Bibliografía:

  • Proyecto Escritoras Latinoamericanas del Diecinueve ELADD.   https://eladd.org/otras-autoras/julia-luisa-perez-y-montes-de-oca/

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