Esther López Martínez (1922-1992)

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Esther López Martínez, escritora colombiana

Biografía

En el corazón verde del Quindío, en Filandia, nació el 17 de agosto de 1922 una voz que convertiría la poesía en un refugio íntimo y un acto de valentía: Esther López Martínez. Su vida, que se apagó en Medellín el 9 de octubre de 1992, fue un viaje silencioso pero persistente desde la estadística municipal hasta los círculos literarios más importantes del país, dejando una obra que hoy reconocemos como un tesoro rescatado del olvido.

Esther fue una mujer de su tiempo que supo forjar su propio camino. Tras estudiar en el colegio Sagrado Corazón de Jesús de su pueblo y terminar su bachillerato en el Instituto Cultural Colombo Británico de Medellín, su sed de conocimiento la llevó a formarse como periodista en el SENA y en el Círculo de Periodistas de Antioquia. Su vida laboral fue tan diversa como su talento: fue directora municipal de estadística en Filandia, mecanotaquígrafa en un juzgado de Medellín y, durante 20 años, empleada del Banco de Colombia, donde también ejerció como corresponsal de la revista institucional.

Pero su verdadera pasión latía en la poesía. Desde muy joven, desarrolló sus dotes literarios integrándose a la vibrante vida cultural antioqueña. Fue miembro activo de grupos de teatro, del Centro Literario de Medellín, del grupo cultural Los 18 y del Centro Poético Colombiano, entre otros.  En estos espacios, su voz fue ganando un lugar propio y distintivo.

La crítica literaria, con la perspicacia de Carlos Castrillón, ha señalado que Esther, junto a otras poetisas de su tiempo, encontró una forma sutil pero poderosa de "hacerle trampa a la convención social". Su poesía, a menudo inscrita en un "erotismo pasivo y de autocontemplación", exploraba la geografía de la piel y los anhelos más íntimos de la mujer, rompiendo ataduras con una elegancia y profundidad que desafió los cánones de su época.

Entre sus obras más emblemáticas se encuentran Palabras heridas (1966), elogiada por la crítica nacional, e Isla de paz (1978), un hermoso poema dedicado a Filandia en su centenario, que se convirtió en un canto a su tierra natal. Tras su partida, su sobrino Jaime Alberto López cuidó de la edición póstuma de Girasoles poéticos (1993), asegurando que su legado no se perdiera.

El reconocimiento a su aporte cultural llegó, significativamente, después de su muerte. En 1993, la  Casa de Poesía Silva de Bogotá le rindió un homenaje, y en la fachada de su casa natal en Filandia se instaló una placa que la consagra como una de las hijas ilustres del municipio.  En las últimas décadas, investigadores y académicos, como Angie Vanessa Ramírez Castillo desde la Universidad del Quindío, trabajan en la recuperación crítica de su voz, reconociendo en Esther López Martínez a la poeta filandeña más valorada del siglo XX.

Su poema Tal vez otro domingo…, un delicado ejercicio de introspección y memoria, encapsula la esencia de su obra: una voz que, en aparente quietud, invita a ser contabilizada en la memoria afectiva de quien la lee.  Esther López Martínez no fue una poeta de grandes estridencias, pero su obra, hecha de silencios elocuentes y verdades íntimas, se alza como una "isla de paz" en el panorama de la poesía colombiana escrita por mujeres.

Poemas

Entrega

En torno mío
la muerte
abrió un día
sus girasoles
amarillos.
Entonces...
Como semillas
empezaron a caer
mis poemas.
Te lo digo hoy
que puedo
entregarte
mis heridas
palabras.
Ellas portan
imágenes
que van
hacia tus manos
temblando
como niñas
asustadas.
Cómo saldrán
de la cita
que les den
tus pupilas?
Talvez llegue
a saberlo
cuando el viento
que pasa
vuelva a estar
de regreso.
Y ya sin
inquietarme,
esperaré
sobre mi piel
el brote mortal
de girasoles.

Pétalos muertos

Siembra un poco
De tu cosecha
En mis manos,
Deja caer tus sueños
Uno a uno,
Deja que me pierda
En tus divagaciones,
Hoy que estoy
Sedienta de palabras,
Hoy que transito
Por un horario lento,
Hoy que veo la niebla
-acariciar la tierra,-
Hoy que pongo,
Siete pétalos muertos
Sobre mi piel
De ausencia.

Llanto negro

Vengo del mar.
Traigo olas amarradas
Traigo llena la boca
De canciones
Y en las manos,
Puñados de veleros.
Vengo del mar
Donde el viento
Dialoga con la tarde.
Mi equipaje
Es de espumas
Y siembra de corales.
Mis brazos hoy,
Son algas
Que se tiñen de azules
Para seguir el paso
De las constelaciones.
Vengo del mar
Y traigo:
Sus quillas,
Sus remeros,
Sus escamas doradas.
Vengo del mar
Y traigo:
Su ropaje salado,
El llanto de los negros
Que ocultó la mañana.

¡Libertad... para pensar!

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