Gabriela Mistral (1889-1957)

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 Gabriela Mistral, poeta chilena

Biografía:

Gabriela Mistral (1889-1957), cuyo nombre real fue Lucila Godoy Alcayaga, fue una destacada poeta chilena y la primera mujer latinoamericana en recibir el Premio Nobel de Literatura en 1945. Su poesía trasciende las barreras del tiempo y la cultura, explorando temas universales con una sensibilidad única.

Vida y Trayectoria:

Nacida en Vicuña, Chile, Gabriela Mistral se destacó desde joven por su pasión por la poesía y la educación. Comenzó su carrera como maestra, y su compromiso con la educación y la justicia social se refleja en gran parte de su obra. Adoptó el seudónimo de Gabriela Mistral en homenaje a dos de sus poetas favoritos: el italiano Gabriele D'Annunzio y el poeta provenzal Frédéric Mistral.

Obras Destacadas:

Desolación (1922): Esta colección de poemas estableció a Mistral como una voz poética única en la literatura chilena y latinoamericana. La obra aborda temas como la soledad, la pérdida y la desolación, fusionando la introspección con una conexión profunda con la naturaleza.

Lagar (1954): Publicada póstumamente, esta colección de poemas revela una voz más madura y reflexiva. Mistral aborda temas de la mortalidad, la espiritualidad y la introspección. Sus versos son ricos en simbolismo y expresan una profunda conexión con la experiencia humana.

Lagar II (postumo, 1994): Continuación de su obra póstuma, esta colección profundiza en los temas de la existencia, la vida y la muerte. Mistral utiliza la metáfora del lagar para explorar la experiencia humana desde una perspectiva única y conmovedora.

Estilo Literario:

Gabriela Mistral es conocida por su estilo lírico, introspectivo y profundamente emotivo. Su poesía se caracteriza por la simplicidad aparente de su lenguaje, que encierra complejas reflexiones sobre la vida, la muerte, el amor y la espiritualidad. La naturaleza, tanto física como humana, es una presencia constante en sus obras.

Impacto Duradero:

El impacto de Gabriela Mistral en la literatura y la cultura latinoamericana es innegable. Su distinción como la primera mujer latinoamericana en recibir el Premio Nobel de Literatura ha cimentado su lugar en la historia literaria. Más allá de los reconocimientos, Mistral ha dejado una huella perdurable al explorar las emociones humanas más profundas con una poesía que trasciende fronteras.

Bibliografía de Gabriela Mistral:
  1. Mistral, Gabriela. Desolación. Madrid: Ediciones Pedro Torres, 1922.
  2. Mistral, Gabriela. Lagar. Buenos Aires: Editorial Losada, 1954.
  3. Mistral, Gabriela. Lagar II. Santiago: Editorial Zig-Zag, 1994.
  4. Estudios sobre Gabriela Mistral:
  5. Agosín, Marjorie. Gabriela Mistral: The Audacious Traveler. Ohio University Press, 2015.
  6. Saldívar, Gabriel. Gabriela Mistral's Struggle with God and Man: A Biographical and Critical Study of the Chilean Poet. University of California Press, 1963.
  7. Cox, Karen. Gabriela Mistral: The Poet and Her Works. University of New Mexico Press, 1976.
Conclusiones:

Gabriela Mistral, con su poesía rica en emoción y universalidad, se destaca como una de las voces literarias más significativas de la literatura hispanoamericana. Su legado perdura en sus versos, que trascienden fronteras culturales y continúan inspirando a lectores de todo el mundo. A través de su compromiso con la educación y su exploración profunda de la condición humana, Mistral ha dejado una marca imborrable en la poesía del siglo XX y sigue siendo una fuente de inspiración para las generaciones futuras.

Plegaria por el nido

¡Dulce Señor, por un hermano pido,

indefenso y hermoso: ¡por el nido!


Florece en su plumilla el trino;

ensaya en su almohadita el vuelo.

¡Y el canto dices que es divino

y el ala casa de los cielos!


Dulce tu brisa sea al mecerlo,

dulce tu luna al platearlo,

fuerte tu rama al sostenerlo,

bello el rocío al enjoyarlo.


De su conchita delicada

tejida con hilacha rubia,

desvía el vidrio de la helada

y las guedejas de la lluvia;


desvía el viento de ala brusca

que lo dispersa a su caricia

y la mirada que lo busca,

toda encendida de codicia...


Tú, que me afeas los martirios

dados a tus criaturas finas:

al copo leve de tos lirios

y a las pequeñas clavelinas,


   guarda su forma con cariño

y pálpala con emoción.

Tirita al viento como un niño;

¡es parecido a un corazón!


Manitas

Manitas de los niños,

manitas pedigüeñas,

de los valles del mundo

       sois dueñas.


   Manitas de los niños

que hacia el árbol se tienden,

por vosotros los frutos

      se encienden!


   y los panales llenos

se vierten y se hienden.

¡Y los hombres que pasan

      no entienden!


   Manitas blancas hechas

como de suave harina,

la espiga por tocaros

      se inclina.


   Manitas extendidas

manos de pobrecitos,

benditos los que os colman

       ¡benditos!


   Benditos los que oyendo

que parecéis un grito,

os devuelven el mundo

      ¡benditos!

Palomas

En la azotea de mi siesta

y al mediodía que la agobia,

dan conchitas y dan arenas

las pisadas de las palomas...


La siesta blanca, la casa terca

y la enferma que abajo llora,

no oyen anises ni pespuntes

de estas pisadas de palomas.


Levanto el brazo con el trigo,

vieja madre consentidora,

y entonces canta y reverbera

mi cuerpo lleno de palomas.


Tres me sostengo todavía

y les oigo la lucha ronca,

hasta que vuelan aventadas

y me queda paloma sola...


No sé las voces que me llaman

ni la siesta que me sofoca:

¡Epifanía de mi falda,

Paloma, Paloma!


Besos

Hay besos que pronuncian por sí solos

la sentencia de amor condenatoria,

hay besos que se dan con la mirada

hay besos que se dan con la memoria.


Hay besos silenciosos, besos nobles

hay besos enigmáticos, sinceros

hay besos que se dan sólo las almas

hay besos por prohibidos, verdaderos.


Hay besos que calcinan y que hieren,

hay besos que arrebatan los sentidos,

hay besos misteriosos que han dejado

mil sueños errantes y perdidos.


Hay besos problemáticos que encierran

una clave que nadie ha descifrado,

hay besos que engendran la tragedia

cuantas rosas en broche han deshojado.


Hay besos perfumados, besos tibios

que palpitan en íntimos anhelos,

hay besos que en los labios dejan huellas

como un campo de sol entre dos hielos.


Hay besos que parecen azucenas

por sublimes, ingenuos y por puros,

hay besos traicioneros y cobardes,

hay besos maldecidos y perjuros.


Judas besa a Jesús y deja impresa

en su rostro de Dios la felonía,

mientras la Magdalena con sus besos

fortifica piadosa su agonía.


Desde entonces en los besos palpita

el amor, la traición y los dolores,

en las bodas humanas se parecen

a la brisa que juega con las flores.


Hay besos que producen desvaríos

de amorosa pasión ardiente y loca,

tú los conoces bien, son besos míos

inventados por mí, para tu boca.


Besos de llama que en rastro impreso

llevan los surcos de un amor vedado,

besos de tempestad, salvajes besos

que solo nuestros labios han probado.


¿Te acuerdas del primero...? Indefinible;

cubrió tu faz de cárdenos sonrojos

y en los espasmos de emoción terrible,

llenáronse de lágrimas tus ojos.


¿Te acuerdas que una tarde en loco exceso

te vi celoso imaginando agravios,

te suspendí en mis brazos... vibró un beso,

y qué viste después...? Sangre en mis labios.


Yo te enseñé a besar: los besos fríos

son de impasible corazón de roca,

yo te enseñé a besar con besos míos

inventados por mí, para tu boca.


Amor, amor

Anda libre en el surco, bate el ala en el viento,

late vivo en el sol y se prende al pinar.

No te vale olvidarlo como al mal pensamiento:

¡le tendrás que escuchar!


Habla lengua de bronce y habla lengua de ave,

ruegos tímidos, imperativos de mar.

No te vale ponerle gesto audaz, ceño grave:

¡lo tendrás que hospedar!


Gasta trazas de dueño; no le ablandan excusas.

Rasga vasos de flor, hiende el hondo glaciar.

No te vale decirle que albergarlo rehúsas:

¡lo tendrás que hospedar!


Tiene argucias sutiles en la réplica fina,

argumentos de sabio, pero en voz de mujer.

Ciencia humana te salva, menos ciencia divina:

¡le tendrás que creer!


Te echa venda de lino; tú la venda toleras.

Te ofrece el brazo cálido, no le sabes huir.

Echa a andar, tú le sigues hechizada aunque vieras

¡que eso para en morir!


Caricia

Madre, madre, tú me besas,

pero yo te beso más,

y el enjambre de mis besos

no te deja ni mirar...


Si la abeja se entra al lirio,

no se siente su aletear.

Cuando escondes a tu hijito

ni se le oye respirar...


Yo te miro, yo te miro

sin cansarme de mirar,

y qué lindo niño veo

a tus ojos asomar...


El estanque copia todo

lo que tú mirando estás;

pero tú en las niñas tienes

a tu hijo y nada más.


Los ojitos que me diste

me los tengo de gastar

en seguirte por los valles,

por el cielo y por el mar...


Bibliografía

Sonetos de la muerte

Desolación

Lecturas para mujeres

Ternura

Nubes blancas y breve descripción de Chile

Tala

Todas íbamos a ser reinas

Antología

Lagar

Recados, contando a Chile

Poema de Chile

Almácigo

Niña errante

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